cuaderno de bitácora martes quince de abril
Hoy he ido a correos a llevar un paquete. Un transformador que se me había olvidado poner en el envío del teclado que vendí la semana pasada. Antes de que llegase el paquete se lo comenté y yo al comprador, y evidentemente los gastos los pago yo porque ha sido una equivocación mía. Si me tengo que marchar de este mundo que es lo que yo quiero, no me quiero ir de una manera trapalera como se dice en la calle, quiero irme como un ser humano íntegro y honrado. Porque eso se lo debo a mi padre.
Mi padre, que hasta ahora no había hablado de él, era una persona fantástica. Era uno de esos hombres que sin hacer demasiados esfuerzos podía cambiar el mundo. Sabía estar donde debía y en el momento correspondiente, siempre estaba ahí para ayudar, nunca pidió nada a cambio, y siempre se podía confiar en él.
Mi padre, aparte de ser mi padre era un gran amigo, con el que me gustaba meterme en fregados como levantar un muro, crear una habitación, o ponernos a pintar a las tantas de la tarde, una pared en blanco en pleno verano de la Andalucía más andaluza. Evidentemente bajamos los dos ciegos porque el brillo era demasiado para nuestras pupilas. Pero era de esas personas que no podía dejar las cosas sin terminar y yo si me ponía a ayudarle, me ponía a ayudarle hasta el final.
Yo no aprendí eso de él. No aprendí muchas cosas de él, pero me gustaba mirarlo, ver con el cuidado que hacía las cosas, esa paciencia increíble que yo no he heredado, ese respeto por todas las cosas, y ese maravilloso sentido de la amistad que gracias a Dios yo también tengo en el ADN.
Recuerdo que cuando era un mancebo casi imberbe, me hizo la típica pregunta que se hace a un crío que va creciendo. A ver qué demonios iba a hacer yo con mi vida, y creo que mi respuesta le hizo pensar.
Yo le dije que no quería ser como él.
Que no quería tener un horario fijo o partido o nocturno oh de tarde, que no quería tener un horario establecido para comerme el bocadillo. Ponerme el mono de trabajo, conducir siempre los mismos kilómetros, entrar siempre por las mismas puertas, trabajar siempre con la misma gente te caigan bien o te caigan mal,hacer un trabajo que en definitiva no te aporta nada más que dinero y sin satisfacción.
Y una vez que te hayas jubilado ser única y exclusivamente el número x que ha dejado de ser funcional para la empresa.
Aquello para él fue un pequeño golpe de atención, porque verdaderamente durante casi toda su vida se dedicó única y exclusivamente a los beneplácitos de la empresa. Era un hombre de empresa. No con eso quiero decir que era uno de esos mindundis que agachaba la cabeza ante el jefe para todo. No,él si había que protestar se protestaba, pero era un hombre hecho para la empresa.
Yo siempre he tenido problemas con el mando. Incluso cuando fui un militar profesional. Lo cual puede parecer una contradicción, que una persona que tiene problemas con el mando está en el lugar donde más órdenes se dan, pero el ejército tenía una cosa curiosa, al principio supongo que como en todos los lugares donde hay escalafones, al principio todo eran órdenes. Muchas de ellas absurdas. Y la gran mayoría innecesarias. Supongo que eso es parte inherente del vestir un uniforme. Que los primeros años te vuelves gilipollas.
Pero ya pasando el tiempo,a medida que te ibas relacionando con personas de tu mismo rango, o que ibas subiendo de rango por cualquier tontería, o hacías un examen como para un niño idiota y de repente ya eras cabo primero, pues las cosas cambiaban.
Y luego todo dependía de cómo te quisieras tomar las cosas.
De entre tus mandos eras un igual, y de entre la más baja soldadesca básica, pues yo nunca vi diferencia la verdad. Para mí el que era fulano era fulano y el que era mengano era mengano. Quien me cayera bien me caía bastante bien y el que me cayera mal pues se lo decía y ya está. No por ello hacía cargo de mi mando y le daba una vida peor.
A mí el ejército me enseñó dos cosas, que si nos unimos podemos hacer lo que nos dé la gana, y otra a perder el tiempo.
Podría haber sido perfectamente objetor de conciencia, dado que yo fui soldado pero de la rama sanitaria porque no quería tocar un arma, y dentro de la rama sanitaria me sentía útil, aprendías muchas cosas y ayudabas a la gente.
Efectivamente yo fui uno de esos chicos de la Cruz roja. De los que dormíamos en una chabola en medio de una carretera, pertenecíamos al ejército pero nos mandaban civiles, nos metíamos en fregados que no quería meterse nadie, nos levantábamos a las tantas de la madrugada corriendo y al cien por ciento para intentar salvar una vida en cualquier accidente de los muchos a los que he ido. Y una vez que terminamos de recoger lo que fuera, nos dedicábamos a limpiar y desinfectar durante una hora y pico la ambulancia, y nos volvíamos a la cama hasta las seis de la mañana si había suerte.
Dormíamos cuando podíamos y comíamos donde pudiéramos hacerlo.
Había mucho compañerismo pero también había mucha individualidad. Los civiles no saben mandar a militares, y los militares se vuelven más gilipollas por ser mandados por civiles.
Vivi la época del tiro en la nuca. Además lo viví tan de cerca que recogí unos cuantos. Fui uno de los que anduvieron bajo la lluvia y el barro horas y horas buscando el zulo donde pudiera estar retenido Ortega Lara. Fui de los que fueron apuntados por un arma por el mero hecho de aparecer después de una bomba.
Fui de los que tuve que recoger los restos y las consecuencias de aquellas bombas. Y por el contrario también fui diana perfecta, para los porrazos enormes que nos daba la policía en aquellos momentos, en los que no se distinguía si uno era hippi, punki o una abuela de 75 años. Llevábamos un peto por supuesto blanco con la Cruz roja enorme, de esos de polipiel apestosa que pesaba y molestaba más de lo que ayudaba, Y aquello atraía para golpear con la desesperación, que puede pegar una persona que se encuentra en pleno ataque de nervios, defendiendo su integridad y temiendo perder la vida.
Sí. Yo también fui apuntado por el cañón de un arma, siendo como dicen en las películas de los vaqueros, del grupo de los buenos.
Era una época difícil, dura, anormal, desquiciante, y en definitiva para un adolescente casi un hombre, era un caos.
Fue una época difícil pero también llena de maravillosas cosas.
Primeros besos, primeras ilusiones, momentos de ternura, primeras peleas, en definitiva era la vida que te estaba mostrando sus cartas y tú eras un jugador más.
A mi padre en un principio no le gustó que me metiera a militar profesional.
Primero porque no daba la edad y falsifique su firma en un papel que era poco menos, que la cesión de un objeto para el uso y disfrute del Ejército. Y segundo porque nunca entendió que la causa verdadera por la que yo me hice militar fue porque no quería ser una carga para él.
Yo también lo hice por una causa muy personal. Lo hice por asco. Ya la vida me daba asco y tenía solo 17 años, pero ya me había mostrado las cartas más asquerosas con las que se puede jugar el juego de subsistencia. Ya me había encontrado de cara con personas que no merecían la pena como personas, y mucho menos como educadores, que era el cargo que tenían en la vida.
Viví lo que se llamaría una situación injusta, unificada a la cabezonería de una persona que ni estaba sus cabales, ni mucho menos estaba preparado para guiar o ayudar al futuro de un chaval que empezaba en la vida.
Viví la complicidad de personajes similares,y lavados de manos a lo pilatos y su necedad.
Viví el bullying y el bulo.
Viví con la desvergüenza y el decaimiento.
Pasé de ser una persona con esperanza en la vida, a tener diecisiete años y haber pisado tanto fango y olido tanta mierda, que no tenía más ganas que la de reclutarse en algún lugar perdido.
Por otro lado la casa de mi padre no era la misma cuando no estaba mi padre. La casa de mi padre era un centro de reclutamiento no mucho mejor que guantánamo.
Supongo que como la mayoría de los críos de aquella época, aprendí a esquivar alpargatazos, aguanté tirones de pelo, arrastradas de pelo por el suelo, patadas, insultos e incluso un par de uñas clavadas detrás de la oreja. Supongo que a la mayoría os tratarían igual no?
Yo vivía dentro de una amenaza continua. El" ya verás cuando se lo diga a tu padre", pasaba rápidamente a ser" vas a ir a un centro interno", "te vamos a mandar lejos para que no molestes, eres un vago, eres un inútil, no vales para nada", etcétera etcétera. Vamos lo que viene siendo el cariño de una madre.
No me quejo porque nunca me faltó de nada. No me quejo porque cuando quería algo rápidamente se me compraba. Siempre de peor calidad y siempre generalmente usado, es normal éramos familiar trabajadora pobre. Y además yo también tenía una paga. Siempre era menor que la de los demás. Es normal éramos una familia trabajadora pobre. Recuerdo que mi padre envolvía en un papel de periódico sus eternos bocadillos de sardinas. Creo que tubo ese hombre que comer más bocadillos de sardinas de los que podría comer un banco de atunes.
Yo no me fui al ejército porque aquel "profesor "gilipollas no quisiera examinarme, no me fui al ejército porque aquel otro subnormal hiciese de oídos sordos a mis súplicas, no me fui al ejército por el maltrato que pudiera tener por parte de mi madre, me fui al ejército porque decepcioné o me hicieron creer que había decepcionado a mi mejor amigo, mi padre.
Luego las cosas cambiaron porque bueno, porque las cosas cambian simplemente. Ocurrieron cosas dentro de aquel Chamizo donde nos tenían metidos a seis personas veinticuatro horas siete días a la semana. Aquellos mandos civiles tenían las manos muy largas y bueno, como ya habrá prescrito ahora lo puedo contar.
Durante el famoso sorteo de la del oro de la Cruz roja, yo siendo militar me hice cargo de la caja donde se supone que se guardaban todos los números que se vendían en la calle y no eran pocos.
Hacíamos buenas cajas.
Recordad que para la gente en aquella época éramos los buenos.
Nos utilizaban de escaparate y de gancho para sacar más ventas.
Supuestamente en las mesas solamente tendría que haber gente, que se estaban preparando para ser militares como nosotros, o voluntarios, o bien exmilitares que ya habían pasado a su pasado a civiles. Pero un uniforme militar impone y nos ponían de maniquí.
Y se sentaban en aquellas mesas adornadas con grandes cruces rojas, y sonreían al vender un numerito como si le hicieran un favor a aquel que lo compraba.
En definitiva la mayoría de las personas que nos dedicamos a la venta de aquellos papelitos de colores con números, creíamos a ciencia cierta y con fe, que aquello se estaba haciendo para ayudarnos a los que hacíamos el trabajo sucio.
Tened en cuenta que nosotros recibíamos el material sanitario con cuentagotas. Que muchas de nuestras actividades de tardes era sentarnos a cortar vendas para hacer gasas. Que cuando teníamos un bote de betadine, era porque solamente había un bote de betadine. Y cuando se terminaba el bote de betadine, era cuando nos daban otro. No. No había material almacenado. En aquel Chamizo solamente se almacenaban las cajas de los toletes de los números de la lotería cuando nos tocaba venderlos, por lo demás no teníamos más que agua corriente, y como hacíamos un servicio venticuatro libre veinticuatro horas activo, nosotros comíamos la comida de nuestras casas. No venía ningún ningún camión del ejército ni ningún mando ni ningún jeep ni nada por el estilo a traernos de comer. Comías tu bocadillo que tenías guardado cuando podías.
Pues que este que se escribe se hizo cargo durante un tiempo de la contabilidad de aquellas cajas, y se tomó muy en serio los números que entraban por los números que salían y que cuadraran las ventas.
Rápidamente aquello empezó a descuadrar por parte de los civiles, como si fuera el camarote de los hermanos Marx. Que si uno se llevaba tantos y no los apuntaba, que si el otro te venía diciendo que lo tenía vendido pero que ya me traería el dinero, que si el otro que lo dejaba en un bar y luego al final los recogía y que si patatán que si patatín. Un desbarajuste de mil pares de narices que yo tenía que cuadrar al final de mes, y eran tres los meses a los que nos dedicábamos a ese negocio.
Al segundo mes viendo que ya había un descuadre bastante importante, lo puse en conocimiento de la que era presidenta de mi zona y mando superior. Una señora que ya llevará plantados encima cuatro o cinco generaciones de árboles, y en vez de ponerse a revisarlo, me hicieron entregarlo todo y ellos harían por llevar el tercer mes de contabilidad.
Curiosamente cuadraba todo al final. Cuando entregaron las cuentas a la base en San Sebastián todo estaba perfecto. Y yo sabía que eso era imposible.
Dos meses más tarde me encontré delante del teniente coronel de la zona norte con la cabeza agachada, recibiendo un rapapolvo de mil pares de narices. Me degradaron porque en aquel día entonces yo era cabo, me quitaron una pequeña mención honorífica que me habían dado por habermela jugado en un momento dado en un accidente, me dijeron que era una deshonra, una vergüenza y bla bla bla, y me rebotaron.
Que es el término que se utiliza en estos casos cuando un militar no sirve para el puesto en el que está,y le mandan a un puesto para perder el tiempo.
Durante un mes otro compañero y yo estuvimos arrestados en el acuartelamiento de Loyola, conviviendo con la policía militar, haciendo trabajos que no quería hacer nadie y bueno... no nos sacudían pero tampoco nos aplaudían. Durante aquel mes recibimos la visita del que se suponía, ser el nuevo jefe de aquella zona donde servíamos, porque al parecer a la vieja se la habían ventilado políticamente hablando, aunque decían que se había jubilado, y aquel hombre nos pidió perdón porque todo había sido un mal entendido, un error y que en cuestión de una semana volveríamos a estar en nuestros puestos correspondientes y acreditaciones anteriores. Pero no.
Los errores de los demás los pagan los que menos tienen que pagarla. Nosotros no teníamos voz ni voto en aquel momento,y si nos devolvían a nuestras posiciones anteriores, equivalía a que tanto el teniente coronel de zona, como todos los mandos intermedios, como todos los policías militares, habían cumplido unas órdenes que eran falsas. Y que una vieja con mala leche les había ninguneado.
Preferible era callar, continuar con el proceso aunque sea deshonroso para la persona a la que le afecta, seguir con la pantomima hasta el final, y al final ya se verá.Total quedaba mucho tiempo por delante. En mi caso nueve veces meses.
Y así fue como a mí me mandaron al acuartelamiento de Burgos como soldado raso de nuevo, aquellos civiles que metían la mano en la caja se quedaron con el dinero de la caja, con la razón, y con la poca vergüenza que hay que tener para meter mano en la caja de un sorteo de la Cruz roja, que se hacía supuestamente para abastecer de productos, a los puestos que estaban veinticuatro horas siete días a la semana, dispuestos a salir corriendo a ayudar a quien fuera.
Sí. No hablo de millones de euros como se hablan ahora de los que se ha llevado Rato o cualquiera de los bancos, no son esas cantidades desorbitadas de dinero que debe Mario Conde a Hacienda, era pecata minuta. Pero no era el dinero en sí lo que era el problema, sino a quién se lo estabas quitando.
Yo terminé sin pena ni gloria mi campaña militar.
De hecho me metí en la cocina y como sabía llevar bien los libros de contabilidad, (el bueno y el otro) me hicieron cabo de nuevo, y esa vez aunque también había desfalco y yo era colaborador del mismo, para el beneficio del suboficial al que hubiese en aquel momento, también era pecata minuta, solo que esta vez yo también me llevaba una pequeña parte y sobre todo libertad para poder moverme a mis anchas dentro de la cuartelamiento. Aquello ya me libro de guardias, de barrigazos en la tierra, y no tenía que ir a ningún tipo de maniobra porque siempre había alguien menos capacitado que yo.
Curiosamente la única persona que en aquel acuartelamiento me parecía honroso, ante el cual yo hacía por darle toda la marcialidad posible y respetar tanto su persona como su cargo al máximo, era un subteniente de mantenimiento que tenía el mismo carácter que mi padre. Y me recordaba mucho a él.
Lo curioso del tema es que terminada ya mi andadura militar, me propuso que me quedara de militar, ya haciendo carrera como cabo primero y de ahí supuestamente podría llegar a ser incluso sargento. Me lo propuso solo a mí no sé si eso era lo normal, porque se fiara de mí ,o porque durante los nueve meses le demostré que yo le respetaba.
Evidentemente el noventa y nueve por ciento restante de los mandos eran basura, así que decidí coger mi petate y pensar en una nueva vida partiendo desde el punto cero, aunque en esta ocasión mi punto cero se había desplazado 1.200 km.
Concretamente desde la ciudad de dos hermanas, viniendo de un barrio de Rentería, pues había una diferencia abismal.
Pero bueno era una nueva etapa de la nueva vida,
Hoy me apetecía contar algo que hasta ahora solamente había hecho en la intimidad y agente muy determinada. No porque me sintiera mal ni me hiciera sentir mal la situación. Viví buenas aventuras durante el proceso y conocí muy buena gente. Simplemente era porque yo le tenía mucha fe a la Cruz roja como entidad, fe que por desgracia perdí, y que además corroboré cuando dejaron de ser útiles allá donde se nos necesitaba, que era la calle. Ya cuando vi que se recluían en estamentos en edificios y que las funciones pasaban a ser más que nada administrativas, y la ayuda en carretera desaparecía, desapareció por completo mi fe en la entidad.
Y bueno aquí estamos varios años después.
Hasta aquí el mensaje de hoy. Gracias por leerme.