Desde las telarañas del corazón, saldrán negros recuerdos que te dirán a la cara, que clase de persona has llegado a ser._ Cuaderno de bitácora
No hay ni una noche que no eche unas gotas de su perfume favorito en la almohada.
Tengo guardado en una bolsa al vacío un cojín, con el último Jersey que se puso. Porque no quiero olvidar como olía.
Tengo guardados todas sus recetas de cocina, de repostería, y de cuidados para la piel y el cuerpo de formas naturales.
Llevo una pulsera y un colgante, con referencias hacia ella, y dónde van pequeños fragmentos de lo que un día fue su cuerpo.
Me resulta imposible apartar ciertas cosas que ella usaba de manera cotidiana, y que sin ver bien, temblorosa, y siempre fatigada, conseguía darle su propio aire y hacerlo más suyo. Hablo de bolsas, cojines, guantes. E incluso muñequeras que ella adaptó a sus manos a medida que estas se iban deteriorando poco a poco.
Lo que más me duele y no he encontrado, es una obra que hicimos conjuntamente, en la que yo cogí un dibujo de la película que más nos gustaba en aquella época, que era piratas del Caribe. La primera. Las demás ya tal.
Aquel dibujo lo hice muy grande, y pasé cada uno de los píxeles a el lenguaje del punto de cruz. Cada color tenía un símbolo. Y era tan grande y tan hermoso cuando terminó, que me pareció digno de cualquier exposición en el museo del Prado. Porque la capacidad del detalle a punto de cruz, de una obra tan colosal como aquella, muy pocos artistas son capaces de hacer ni con métodos mucho más fáciles, representaciones tan parecidas, incluso me atrevería a decir, mucho mejor que el original.
Como tuvimos que separar nuestras cosas en distintos lugares, y a lo largo de la vida hemos ido cada vez menos a revisar lo que teníamos guardado, lo he perdido de vista y sinceramente no tengo ni idea de donde pueda haber quedado. Mi temor es que se hubiera quedado en aquella casa ponzoñosa, que la envenenó hasta la muerte.
De ser así solo pido una cosa. Fuego. Que arda hasta los cimientos. Que las cenizas de ese antro de muerte y desesperación no lleguen ni siquiera a tocar el suelo, sino que los lleve el viento y que terminen en cualquier escombrera o basurero del mundo.
No podéis imaginaros lo que me duele no encontrar esa obra maravillosa. Os juro que cualquiera de todos los dibujos, cuadros, trabajos digitales, composiciones, y cualquiera de las cosas que hayan podido salir de mis manos, son meramente basura al lado de algo tan hermoso.
Se guardó para que no se perdiera. Maldita sea mi estampa.
No queda de que vaya otra vez a revisar milímetro a milímetro lo que queda allí, porque aunque sé que lo he mirado todo, no me quedaré satisfecho hasta que me pueda maldecir a mí mismo, con razón.
Siento tanto que cualquier mínima cosa que ella haya hecho con amor, que por mi mala cabeza y mi maldito descontrol y desorden, no las pueda encontrar para guardarlas como lo que son. Un tesoro, que me martirizo cada vez que lo pienso.
Hoy toca arrepentimiento y mar de lágrimas. No consigo acelerar el proceso de poder salir de este piso, unos días y subir a la montaña donde vivimos tantos años. Cada vez que se acerca la fecha, me ponen un trámite nuevo al que tengo que pasar. Y ya estoy llegando al límite de la desesperación.
Ayer tuve un ataque de ansiedad bastante grande esperando a la puerta de mi médico de cabecera, porque le gusta hablar conmigo una vez que he terminado la consulta. Mientras espero a veces llega gente que nos conocía de vista, y en vez de acercarse, saludan desde lejos y luego se ponen la cuchichear. O simplemente se meten en el móvil y salen corriendo cuando les llaman por su turno. Entiendo que no es fácil para algunos acercarse a alguien que va con la cara que yo llevo ahora. No soy ni la sombra de lo que fui. Hablo poco o nada. Escondo mis lágrimas detrás de unas gafas de espejo. Suelo llevar mis sombreros entre los cuales tengo uno negro al que le puse un pañuelo de calaveras, y qué me lo cosió mi niña muchos meses antes de que se fuera.
Para mí no es morboso, porque es algo que ella hizo con sus manos. Es amor con forma de calavera.
Quiero hacer un inciso y daros la espalda un momento como si estuviéramos en el teatro y vosotros fueréis la cuarta pared.
Amor mío, hoy he hablado con mi padre, que se está contigo. Dile que me quedé por decirle que le quiero mucho. Hemos estado hablando de las cosas de el pasado, y por qué yo ahora tengo el desaire que tengo con mi madre. Él se ha enfadado un poco o al menos eso creo. Lo he llegado a intuir. Pero debe de entender que por encima de mi madre yo tenía personas a las que quería más. Que lo que pudiera decirse amor de madre ella conmigo nunca lo tuvo, y que me provocó daño antes y después, mostrándome como te iba llevando la parca trocito a trocito, sin dejarte descansar ni un segundo.
Eso es lo que quería decirle mi vida, y no sé si dentro de mi falta de humanidad le puedo haber hecho daño de alguna manera. No sé cómo va eso de la vida terrenal y la extracorpórea. Solo conozco una y no me gusta ni me hace feliz a estar aquí.
Hoy hemos hablado mucho cari, pero es imposible aplacar la lucha que tengo en la cabeza. Por un lado estoy deseando ir a ver a kaguamura, pero por otro tengo miedo de que se me acaben las palabras.
A mi cerebro me vino una imagen de un cuadro que he visto recientemente, de un hombre abatido por la vida. Un cuadro que había en el museo del dibujo la vez que fui a llevar la donación de mantas a la protectora de animales. Aquel amasijo de pintura y trazos era tan anormal y a la vez tan triste, que mi cerebro completó perfectamente sus huecos, y debilidades para reflejarme abandonado por completo en un charco de desesperación y tristeza. Aquel cuadro que impactó y a día de hoy lo tengo en cuanto cierro los ojos.
Me habré convertido en eso? Seré ese despojo de carne, tirada inservible y a la vez desagradable que permanece ahí por permanecer, siendo como la conciencia de los ojos de las personas que miran sus enreversadas líneas, y se ven reflejados como yo?
No he visto mayor tristeza y desesperación en ninguno de los cuadros que he visto a lo largo de mi vida. A veces repaso alguno de mis cuadernos de apuntes, y suelo detenerme en el de los apuntes de ojos. Ya sabes ese que estaba haciendo con la mirada de gente conocida y sus particularidades momentos antes de irnos a dormir. Y hay dos páginas en particular que desde que te fuiste, las he visto con más asiduidad. La página de los suicidas, y la página de los miserables. Veo sus ojos y su dolor reflejados en mí. Incluso ese punto de locura que los hace tan especiales.
No he vuelto a dibujar nada más. El cuaderno no me inspira. No tengo percepción de poderme poner cara a cara con los ojos y que me hablen de su personalidad, de la vida que ha llevado, de lo que pensaba su cerebro. Ahí lo tengo abandonado.
Por otra parte.
Tengo el colchón estirado ya en la cama del coche, pero ya no me puedo ir otra vez. Pasado mañana es el psiquiatra. Y el fin de semana no quiero ir a mezclarme con la gente como si fuera un zoco de Instagram. Quiero perderme allá donde pueda gritar. Tan alto y tan fuerte que se me revienten las cuerdas vocales. Y que acabe con una ronquera de por vida. Necesito llegar a un sitio donde poder explotar. Sin hacerle daño a nadie.
Tengo que volver a pedirte perdón, me prometí que no iba a alargar demasiado esto, y que las lágrimas no iban a caer pero, ya incumplía en las tres primeras palabras.
Hoy voy a dejarte con un trocito de culpabilidad por mi parte, algo que seguiré arrastrando también hasta el día que me vaya.
Hoy me he acordado del coronel mucho. Y si es verdad que allá donde nos tendremos que ir, se puede compartir el amor con los animales a los que amamos a lo largo de nuestra vida, me temo que coronel no va a venir a buscarme. Nunca conseguimos entendernos. Y mira que lo quería con todo el alma, pero era mi rebelde particular. Ni siquiera cuando llegó herido y lo curé durante semanas y meses, conseguimos acercar posturas. Solamente vi que me necesito aquella vez que casi se lo llevó por delante la picadura de la avispa, y vino corriendo a buscarme.
Ahí si que me sentí totalmente paternalista, pero nunca conseguí hacer que nos entendiéramos. Era muy independiente, y nuestra vida no era precisamente de rosas para perder el tiempo buscándolo. Ojalá y a donde esté, haya conseguido ser lo más feliz del mundo. Yo no lo conseguí, pero no olvidaré la vida.